Hola a todas y adiós al verano!
El final del verano a mí siempre me trae un torbellino de emociones. Por un lado, dejamos atrás días largos, encuentros, viajes, planes improvisados y esa libertad tan característica de los meses de calor. Por otro, septiembre se presenta como una hoja en blanco, un comienzo cargado de posibilidades, de nuevos retos y proyectos que nos invitan a reinventarnos.
Para mí, como para mucha otra gente, este momento del año es como el verdadero inicio de un ciclo. Septiembre es mi “enero personal”. Después de las vacaciones siento que mi mente y mi cuerpo están descansados, renovados y preparados para abrazar nuevas rutinas, hábitos más conscientes y proyectos que me ilusionan.
El verano me regala algo más que descanso: me conecta con una versión diferente de mí misma, más libre, más auténtica, más ligera. Durante esos meses, permito que la vida fluya sin presiones: disfruto de los míos, me pierdo en paisajes nuevos, me dejo inspirar por conversaciones con personas que no conocía, pruebo comidas distintas, me visto con otra energía. Todo ello despierta dentro de mí una Mónica renovada, expansiva, llena de inputs positivos que, inevitablemente, se transforman en combustible para el otoño.
Pero este regreso también tiene su parte agridulce. Vuelve la rutina, los horarios, la gestión de la agenda. Y con ellos aparece la llamada “tristeza postvacacional”: esa mezcla de nostalgia, pereza y resistencia al cambio. Sin embargo, he aprendido que esta transición puede vivirse de otra manera: no desde la lucha ni desde la resignación, sino desde la armonía.
Cuando pienso en el verano, no lo veo solo como un paréntesis en el año, sino como una semilla. Durante esos días de desconexión en realidad estoy conectando con lo más esencial: con el disfrute, con la calma, con mi capacidad de observar, de escuchar, de sentir. Y es precisamente esa semilla la que me ayuda a iniciar septiembre con fuerza.
Esa energía ligera me inspira a crear nuevos hábitos: volver al gimnasio, organizar mis horarios de manera más consciente, cuidar mi alimentación con más atención o dedicar tiempo a rituales que me nutran de verdad.
También me inspira en lo estético: nuevas ideas de cuidado capilar, pequeños cambios de estilo en mi manera de vestir, e incluso esa necesidad de cortar, renovar o transformar el cabello como reflejo de la nueva versión de mí que el verano me ha mostrado. Porque después del verano no somos las mismas: algo en nosotras se ha expandido y pide expresarse también hacia fuera.
En nuestro salón trabajamos siempre desde esta mirada: el cabello es un espejo de cómo nos sentimos. Después de un verano de sol, mar y calor, es normal que el pelo necesite reparación e hidratación. Pero más allá de lo físico, el corte o el color también tienen un componente emocional.
Un corte puede simbolizar un inicio, un cambio de etapa, una liberación de lo que ya no necesitamos. Un tratamiento nutritivo puede ser mucho más que un gesto estético: puede convertirse en un ritual de autocuidado, un momento para reconectar contigo misma.
El otoño, con sus colores cálidos y su invitación al recogimiento, es un momento perfecto para regalarte ese “corte sanador o transformador” que represente la energía con la que quieres empezar esta nueva etapa.
Lo que más me ayuda a transitar del verano al otoño en armonía son los pequeños rituales. Esos detalles que, día a día, convierten la rutina en algo amable y reconfortante:
Encender velas e incienso: la luz tenue y los aromas suaves ayudan a crear un ambiente cálido que invita al descanso y a la introspección.
Un masaje reparador: liberar tensiones acumuladas y reconectar con tu cuerpo es una manera preciosa de prepararte para una nueva etapa.
Tiempo para mí: preparar una infusión, leer un rato, escribir en un cuaderno o simplemente sentarme a mirar por la ventana.
Disfrutar del sol de otoño: ya no quema, no agobia, sino que acaricia. Sentirlo en la cara es un recordatorio de gratitud y de paz.
Hacer tribu: compartir momentos con vosotras, amigas y familia. El otoño acorta los días, pero amplía las posibilidades de intimidad y conexión.
Todos estos gestos, sencillos pero potentes, hacen que la rutina no se viva como un choque, sino como un regreso amable a nosotras mismas.
El verano nos invita a salir, a expandirnos, a vivir hacia afuera. El otoño, en cambio, nos recuerda la importancia de recogernos. No desde el aislamiento, sino desde la oportunidad de mirar hacia adentro, de reordenar, de asentarnos.
Esa energía más calmada también es fértil: nos permite planificar, crear nuevos proyectos, retomar hábitos que nos hacen bien. Es una estación que, aunque a veces asociamos a la melancolía, puede ser profundamente nutritiva si aprendemos a abrazarla con conciencia.
Cuando pienso en cómo transitar esta época con armonía, la palabra que me viene es gratitud. Gratitud por lo vivido en el verano, por los paisajes, las risas, las conversaciones, el descanso. Gratitud por lo que comienza, por la oportunidad de reinventarme, de retomar mis sueños con energía renovada.
El otoño es una invitación a agradecer y a transformar. A soltar lo que ya no necesitamos y a abrirnos a lo nuevo. A cuidar nuestro interior y a reflejar ese cuidado en el exterior.
Si tú también sientes que septiembre es tu verdadero inicio de año, te invito a que lo vivas como tal. Regálate un espacio de autocuidado consciente: un corte de cabello que simbolice tu nueva etapa, un tratamiento nutritivo que repare y renueve, un ritual que te ayude a reconectar contigo misma.
Permítete transitar esta estación desde la armonía, no desde la prisa. Llena tu agenda de pequeños momentos que te hagan sentir bien, que te recuerden que lo importante no es solo “hacer”, sino también “ser”.
Personalmente a mi este verano me ha mostrado esa nueva versión de mi. El otoño es el momento perfecto para darle forma, para encarnarla, para dejar que florezca en equilibrio. Porque el verdadero cambio estético comienza dentro, pero se refleja fuera. Y septiembre es el escenario ideal para empezar a escribir esa nueva versión de ti misma. Cómo lo has sentido tú?